MARIANO PAREDES Y ARRILLAGA.




Nació en México en 1797. Hizo que el congreso le nombrase presidente el 3 de Enero de 1846. El 12 de Junio del mismo año fue revalidada su designación por el congreso, nombrándose vicepresidente al general Don Nicolás Bravo. El 29 de Julio resolvió salir a campaña y entregó el poder a Bravo. Nueve días después se pronunció la guarnición de la capital y lo derrotaron. Tuvo que salir del país y murió en Cuba el 27 de Septiembre de 1849.
Mariano Paredes y Arrillaga tenía un largo historial en pronunciamientos. Había iniciado el de 1841, que terminó con la Primera República Centralista de las Siete Leyes, pero ese movimiento fue capitalizado por Antonio López de Santa Anna. También comenzó el movimiento que arrojaría de la silla presidencial a Santa Anna, en diciembre de 1844, pero nuevamente quedaría al margen del gobierno. Este era, pues, su tercer pronunciamiento de importancia, y ahora sí, no estaría dispuesto a que nadie lo hiciera a un lado.

El Plan de San Luis constaba de diez puntos: por ellos declaraba nulos los actos del gobierno de Herrera, cesaba en sus funciones a las Cámaras y al Poder Ejecutivo, convocaba a un Congreso Extraordinario "con amplios poderes para constituir a la nación" sin restricciones en sus funciones, nombraba caudillo de la revolución a Mariano Paredes y en el artículo 9º protestaba que no se pretendía la elevación personal del caudillo militar. La principal justificación del levantamiento se centraba en la posición del gobierno de Herrera hacia la negociación con Estados Unidos, por lo que el caudillo se comprometía a realizar la guerra por todos los medios posibles.4
El general Paredes, en los meses anteriores al levantamiento, había tenido contacto epistolar con Salvador Bermúdez de Castro, ministro de España en México, y Lucas Alamán, líder de los hombres de bien conservadores. Ambos escribían a Paredes sobre lo que debía tener su Manifiesto: "(…) ellos juzgaban indispensable una manifestación más explícita para ofrecer garantías al clero, a los propietarios, a los comerciantes y, en fin, 'a la gente de orden', lo mismo que a los diversos elementos del Ejército. Debería estar muy claro para todo mundo que el fin perseguido por ese movimiento era la instauración de un tipo completamente distinto de autoridad"5.
La idea de Bermúdez de Castro y Alamán era establecer una monarquía constitucional, con un rey español de la Casa de los Borbón. La iniciativa fue apoyada por el gobierno español e incluso fue sondeada en Francia e Inglaterra. Los españoles pensaban que la monarquía podía dar estabilidad a México y ser un dique importante al expansionismo norteamericano.6 Paredes, sin embargo, siempre se mantuvo muy cauteloso. Nunca habló abiertamente de monarquía y fue adaptando su posición política a las circunstancias del momento. Recordaba, sin duda, cómo la Carta de Gutiérrez Estrada de 1840, en favor de la monarquía, había levantado una tempestad, que por poco le cuesta la cabeza a su autor.
Referencia iconográfica
Mariano Paredes y Arrillaga
(1797-1849)
En lo que era muy claro el pensamiento de Paredes es en que estaba totalmente en contra de los federalistas exaltados, a quienes detestaba. Quizá, más que la posibilidad de establecer una monarquía, lo que motivó a Paredes a movilizarse fue el hecho de que en octubre de 1845, los federalistas puros o exaltados habían tenido un éxito rotundo en las elecciones. Por lo tanto, Paredes quería impedir que los "sans culottes" llegaran a las Cámaras, en enero de 1846.
También parte muy importante de cualquier levantamiento militar era el eco que tenía en la capital de la República. Paredes tenía como principales agentes de la revolución en México a Juan N. Almonte y José María Tornel. El 30 de diciembre, la guarnición de la Ciudadela se pronunció y el éxito de la revolución estaba asegurado. El general Gabriel Valencia, genio del oportunismo, quiso capitalizar el movimiento a su favor, pero Paredes lo hizo a un lado sin miramientos.
El 1º de enero de 1846, Paredes entró a la Ciudad de México. El día siguiente se reunieron los militares y redactaron un Acta General del Ejército, que hacía adiciones al Plan de San Luis. Siguiendo el esquema de las Bases de Tacubaya, de 1841, el jefe de la revolución formaba una Junta de representantes de los departamentos para designar a la persona encargada del Poder Ejecutivo. El Presidente interino estaría sujeto a las leyes vigentes y el Congreso, al expedir la Constitución, no alteraría los principios y garantías que la Nación tenía adoptados para su organización interior. La Junta eligió Presidente a Mariano Paredes y Arrillaga.7
En los días siguientes, el Presidente nombró al gabinete: Joaquín María Castillo y Lanzas en Relaciones, Juan N. Almonte en Guerra, Luis Parres en Hacienda y el obispo Luciano Becerra en Justicia.8 El 10 de enero, el general Paredes dio un Manifiesto a la nación, en donde expresaba esencialmente que venía a establecer un gobierno de orden, a constituir a la Nación, con un Congreso revestido de plenos poderes, sin límite alguno, para formar unas nuevas instituciones que mantendrían "los dos grandes principios en que reposa la sociedad mexicana, la independencia y la libertad."9 Para muchos, el Manifiesto era una alusión velada a la monarquía. En el mes de enero, Paredes parecía devolver la confianza de la gente en el gobierno. Por lo menos no titubeaba ni daba la impresión de debilidad, como el gobierno de Herrera. A decir verdad, había hecho lo más fácil y faltaba lo más difícil: enfrentar con éxito la agresión americana y cohesionar a la élite política y a la sociedad bajo un sólido liderazgo.

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